Fuego frío
Relato ganador del V certamen literario "Lo que no sabe Grey"
Ella se aproximó directamente. De frente, decidida, altiva, soberbia, autoritaria y casi todo un sinfín de adjetivos más en esa línea; los cuales no tuvo tiempo de pensar en el preciso momento en el que la vio pasar medio cuerpo por encima de la mesa para establecer un contacto visual directo, agresivo incluso. Veía su mirada centellear de un modo muy diferente al que lo hacían sus propios ojos. Los suyos ardían por efecto de la sensación febril que se apoderaba de su cuerpo, los de ella, se mostraban tan gélidos que quemaban. Al más puro estilo dantesco se sintió una de esas almas atrapadas en el Cocito, sufriendo los intensos tormentos de un infierno helado que se había ganado a pulso.
Su pulsión fue en aumento cuando ella terminó de adoptar la postura elevada sobre la mesa. A un palmo de su rostro veía, olía, oía y su mente se desbocó elucubrando sobre el momento en el que sus otros dos sentidos tomasen también parte de la acción.
Sentía una profunda gravedad sobre su cuerpo, que lo obligaba a permanecer petrificado sobre la silla reduciendo su movilidad a la mínima expresión; a la agitada oscilación de su torso, que ascendía y se hundía con el veloz ritmo que marcaban los latidos de su corazón. Ella lo sabía y por eso compensaba actitudes con dosis extra de sensualidad y erotismo.
Arrastró su tronco sobre la mesa y levantó la mirada antes de hablarle, de modo que ahora era ella quien se encontraba en una posición inferior y con el profundo escote en línea con su barbilla. Unas minúsculas gotas de sudor lo decoraban enmarcado en un sujetador con bordes de encaje que entreveía perfectamente bajo la fina blusa de verano.
- Dame eso. - le pidió con voz femenina pero grave, casi ronca.
Él reaccionó a la petición y metió su mano en el bolso de la chaqueta. El pequeño paquete azul refulgía cuando lo sacó para dejarlo sobre la palma de la mano que ella extendía. La luz fluorescente del cuarto era el causante de aquel efecto y también lo sería de exponer todos los defectos que por el momento permanecían invisibles. El abultamiento de su vientre, su masa muscular deficitaria... en definitiva, la forma física del cuarentón sedentario que era.
- ¿Sigues aquí?
No se había dado cuenta, pero sus inseguridades lo asaltaron y apartaron del presente por un momento. La mujer ya no estaba al otro lado sino a su derecha, de pie y apoyada sobre la mesa. Sus piernas cruzadas acentuaban la curva de su cadera, contenida en una falda de corte recto cuya longitud no llegaba a sobrepasar las rodillas.
- Sí.
Su respuesta fue casi un siseo que trató de combatir mostrando algo más de iniciativa. Con decisión, comenzó a deslizar su mano derecha por el contorno de su extremidad inferior más cercana, en sentido ascendente. El contacto empezó con el cariz de una caricia que se convirtió en firme agarre cuando alcanzó la parte más alta de la pierna. Por entonces ya respiraban al unísono, con el aliento entrecortado y vibrante.
Súbitamente, el bloqueo desapareció y se internó profundo y ávido mientras ella incrementaba la apertura de sus piernas, facilitando el acceso, instándole a ir a más y a él, siempre se le había dado bien obedecer.
Aquella ocasión no era diferente a la demás. Así que diligentemente continuó lo que había iniciado con una actividad frenética de su mano impulsada por una mente ya del todo desbocada que, cegado el raciocinio, había dejado vía libre al reinado del comportamiento más instintivo y primario. Una actitud que lejos de importunar, parecía estar haciendo las delicias de la mujer, quien lanzaba crecientes gemidos al aire.
- Súbete a la mesa. - le imploró con un tono de voz consumido por el deseo.
Ella se impulsó sobre los brazos y él se acopló a sus movimientos ayudando a su cuerpo a asentarse sobre la superficie, boca arriba, expuesta, con el tejido de la falda remangado sobre la cintura. Luego le retiró por completo las bragas, que había apartado a un lado y hundió su cabeza entre los muslos aferrándose a la cara externa de los mismos con manos firmes mientras ella le atraía y retenía ansiosa por sentir al máximo, por no perderse nada de aquel encuentro, por elevar todas las sensaciones a la máxima potencia.
Resopló aliviado y se abalanzó sobre los brazos de ella que habían iniciado el camino de acercamiento hacia su torso. Las manos ya estaban a la altura del primer botón de la camisa cuando las apartó bruscamente para sujetárselas tras la espalda. Los músculos del rostro de la mujer, trazaron una expresión de contrariedad.
- Está bien así. - le dijo él.
"Vamos", la oyó protestar ligeramente, pero finalmente accedió y lo dejó estar. Le concedió su intrascendente demanda, pero siguió llevando la batuta. Se ancló firmemente al borde de la mesa y se anticipó a su siguiente movimiento haciéndole entrar y sumergiéndole en un ritmo cautivador y hechicero. Frente a frente, las fuertes exhalaciones, gemidos y gruñidos se fueron acoplando y formaron una primitiva melodía que ascendió desde la cadencia más serena hasta el tono más embravecido.
Volvió a elevarse cuando él se retiró y se colocó del nuevo al borde, con una pierna cruzada sobre la otra y sus manos a ambos lados del cuerpo, sobre el canto de la mesa. Se vio obligada a hacer la cobra cuando él intentó besarla y le puso una mano delicada sobre los labios. "Ya sabes que esto no", le recordó con sus rostros aún próximos, sin mirarle. El silencio sobrevino entonces durando más de lo normal, llegando a lo incómodo. Levantó la vista y descubrió que era capaz de adivinar sus pensamientos con sólo mirarle a los ojos. Que necesitaba ese beso mucho más que cualquier otra proximidad física, que hacía mucho tiempo que lo necesitaba, pero que lo había averiguado justo en ese momento. Suavizó su expresión y accedió.
Él presintió su acercamiento y la atrajo agarrándola por ambos lados de su blusa aun abierta, con la intención de devolverle el gesto. Pero ella desvió su cabeza en la última fracción de segundo, antes de que sus labios llegasen a rozarse y le dedicó tímidos besos a lo largo del cuello y la barbilla. Fue ascendiendo, a medida que sus cuerpos se buscaban de nuevo, aunque de manera diferente, trascendente. Al físico y a la química, a sus circunstancias, a las implicaciones, al resto. Y finalmente ese beso soñado, pedido y anhelado se hizo real e intenso. Discurrió natural mientras los dos que se abrazaban, se fascinaban ante el ardor que desprendían sus cuerpos y tomaban conciencia de que independientemente del camino que eligiesen, siempre habría un antes y un después de ese día.