La superviviente
Relato finalista en el IV certamen de relato breve Residencia de Mayores Campiña de Viñuelas
Corría, sus pies descalzos aplastaban el lecho de hojarasca y ramas secas que crujía con ruidos sordos apenas audibles. Le dolía el pecho y el paso del aire húmedo y frío de la madrugada le irritaba la garganta. Era la noche del jueves para el viernes de la última semana de septiembre. Faltaban tres días para que terminasen los cinco de vacaciones que habían decidido pasar en aquella propiedad rural. No habían llegado a cenar; lo había descubierto todo cuando tomó prestado el ordenador personal para publicar en sus redes sociales la fotografía que se habían hecho el día que llegaron. No actualizaba sus perfiles demasiado a menudo, pero aquellos días se había sentido tan bien, que necesitaba compartir esa alegría con el mundo y claro estaba, una imagen vale más que mil palabras.
Él se encontraba abajo, trasteando por la cocina. No es que fuera el área de la casa en la que mejor se desenvolvía precisamente, pero le ponía ganas y ella era feliz dejándole hacer. "Tengo la esperanza de que acabes convirtiéndote en un gran chef y pronto podamos permitirnos algo como esto de manera permanente", le había dicho guiñándole un ojo antes de retirarse a la habitación. "Dalo por seguro. Y tú tendrás la excusa perfecta para seguir en ese puesto de becaria perpetua que se han inventado los roñosos de la facultad más cara del país para no pagarte un sueldo decente de profesora adjunta", le respondió el terrible cocinero.
Ahora eran otras las palabras que le dirigía, ausentes de toda complicidad. El tono, agresivo. La voz aún parecía lejana, pero él acabaría encontrándola. Desconocía el bosque que rodeaba la propiedad y estaba oscuro, la luz de la luna llena era la única iluminación de la que disponía. Debía elegir entre esconderse y esperar hasta que amaneciese o seguir distanciándose. ¿Pero cómo elegir si ni siquiera era capaz de aceptar que aquello estuviese pasando?.
"Elisa, ¡vuelve adentro!", oyó la orden con demasiada claridad, ¿cómo había avanzado tanto?, ¿se oiría más cerca de lo que realmente estaba por efecto del valle?, "vamos, no estoy enfadado porque hayas descubierto mi gran sorpresa", estaba más cerca, seguro. ¿A cuánta distancia estaba el vecino más cercano?, no lo recordaba.
El único consuelo que hallaba era que las condiciones adversas lo eran para ambos. Cerró los ojos buscando opacidad total. Estaba parcialmente oculta en un desnivel y apoyaba la parte superior del cuerpo sobre la base del tronco de un gran roble. Sus párpados, entrecerrados, no impidieron la fuga de unas lágrimas que buscaban aliviar aflicción y tensión a partes iguales. Cuando los abrió de nuevo inspeccionó alrededor con cuidado. No le veía, pero los ruidos de la fauna entorpecían la labor de reconocimiento. Era posible que, si se acercaba en silencio, no se percatase de su presencia. Suspiró, para tranquilizarse, pero también para infundirse valor y trazó un plan. No lo había visto antes, pero un poco más allá había un valioso recurso que podría usar a su favor, valioso en aquellas circunstancias, deplorable el uso para el que había sido concebido. Se arrastró para no incorporarse y tocó la fría superficie a lo largo de todo su perímetro. Justo lo que pensaba. Las yemas de sus dedos se humedecieron por el rocío que se había depositado sobre el artefacto. Estaba poco camuflado, era toda una suerte haberlo advertido de esa forma y no de otra menos inofensiva.
Volvió hacia atrás, esperanzada. Esta vez su espalda no llegó a tocar el árbol; estaba allí y la agarró por el cabello. Este era el peor escenario para su plan, un escenario en el que él estaba próximo, tan próximo a ella. Pero era lo que había. Se las arregló para hacerle frente, incluso cuando la lanzó con furia contra el roble. Después de eso no pudo volver a ponerse en pie, sentía que le faltaba el aire, notaba todo su cuerpo aturdido. Él mitigó el ataque viéndola mermada y sin escapatoria factible. Ahí residía su única oportunidad. Sin pensarlo, se puso en cuclillas y dio una gran zancada sin llegar a incorporarse. En su mente se imaginó ejecutando un movimiento más grácil, pero el resultado fue igualmente favorable: sobrepasó el cerco y aterrizó con todo su peso sobre sus dos extremidades superiores.
Con la claridad del nuevo día en el horizonte, caminó por el arcén de la carretera para buscar ayuda en la gasolinera del pueblo. No volvió a la casa ni para llamar a emergencias. Tampoco pidió auxilio en alguna vivienda; lo que su mente necesitaba era que su cuerpo se alejase. Una distancia física que sería el punto de partida de un desafecto necesario. Atrás quedaron sus planes de futuro, desangrándose en un cepo de hierro oxidado. La gran sorpresa habría acabado igualmente con ellos, pero su situación habría sido otra. La habrían encontrado días después, en algún punto del Mirador de las Aves, epicentro turístico de la ciudad que la había visto nacer, con un pañuelo de seda rojo alrededor del cuello. Estrella, Nova, Myriam, fueron las primeras en aparecer allí a principios de los 2000. Las macabras imágenes del ritual que "el asesino de la lazada" practicó con ellas estaban en el portátil. Llevaba más de diez años activo, nunca se le identificó y ella, Elisa Nogales, le había puesto freno esa misma noche. El luminoso azul de Chevron apareció ante sus ojos. Aminoró el paso, deseaba disfrutar del momento transformando lo negativo en positivo. Esperaba con júbilo el futuro, había vuelto a nacer, era una superviviente.